sábado, 15 de agosto de 2015

LUTO EN CHOCAMÁN



Por: Miguel Olvera Caballero


Chocamán, Ver.- Uriel se va rodeado de regalos. A su tumba se lleva una pelota nueva, un manojo completo de canicas. Las campanadas de la iglesia suenan fúnebres en Chocamán. Para los deudos, son ecos de una sola palabra que se grita en silencio, “justicia”. 

En dos filas, los compañeros del niño, vestidos de blanco y gladiolas en mano, avanzan encabezando el cortejo fúnebre, acompañan a Uriel en la que irónicamente, es su despedida también de la escuela primaria Félix Luna, donde estudiaba.

En punto de las 10:30 de la mañana empiezan a repicar las campanas en la parroquia de San Francisco de Asís. El pequeño de tan solo 9 años, que descansa dentro de un ataúd blanco, sale de su casa llevado en hombros. “A la rororo, duerme mi niño”, entonan a media voz, entrecortada, a rastras.

“Pobre de su familia”, comentan varias mujeres que desde una esquina, observan pasar a la familia Contreras Lozano. Nadie voltea hacia la casa pintada de verde, de Javier Escamilla Luna. Su estatus es “prófugo de la justicia”.

Justo a la altura de la avenida Amado Nervo el cortejo se detiene y los recuerdos brotan a mares. Colocan el féretro de Uriel sobre el suelo, justo donde cayó la tarde del martes, al ser embestido por la camioneta que le arrebató la vida.

“Te pedimos que te vayas, ya tienen un palacio preparado en el cielo para ti”, le pide la encargada del rezo. El nudo en la garganta se convierte en un mal que se contagia de persona a persona en cuestión de segundos.

Casi nadie repara en la primaria donde estudiaba Uriel, en los útiles que ya no se usarán. Su hermano, que carga una mochila, no termina de asimilar que su compañero de juegos al volver a casa, ya no estará.
Los deudos ingresan al panteón, ríos de agua bendita son arrojadas a la tumba aun vacía. Una segunda ronda de aplausos intenta amainar el dolor que ya se transpira y casi se puede tocar.
Los recuerdos se arremolinan en la mente de su madre. Vicente, el padre de Uriel, la sujeta con fuerza, busca consolarla, pero también protegerla, retenerla con él. Nadie duda que ella quisiera ocupar el lugar de su hijo sin dudarlo.

Pasadas las 13:30 horas, el cuerpo de Uriel es depositado en su morada eterna. Ya no retornará a la escuela, ni estrenará pupitre y salón de clases. Hasta su tumba llegarán los ecos de juego de sus compañeros.

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