Por: Miguel Olvera Caballero
Alpatláhuac, Ver.- Los policías cortan cartucho, alertas ante el inminente enfrentamiento. En la puerta aparece el sicario que quejándose, se arrastra por el suelo y se entrega a las autoridades. “Veníamos a vengar una muerte”, confiesa al preguntársele que hacía en Alpatláhuac.
La tranquilidad de un día común en Rincón de Ixtaquilitla es destruida por la serie de detonaciones de armas de fuego. Aquí todos conocen ese sonido, donde los problemas se resuelven con plomo.
La gente de la comunidad, para la que nada es secreto, afirma que fueron contratados por José Alberto Gilbón para matar a Juan Valdés y José Amadeo Valdés, quienes hace tres años le mataron a su hijo.
A menos de 300 metros del lugar del enfrentamiento, los alumnos de la telesecundaria se olvidan de las clases y se cuelgan del barandal como si se tratara de una función de circo. Dentro del cuartucho, se escuchan los quejidos del lesionado, que tarda hora y media en decidir entregarse.
“Que es lo que traes”, le preguntan al revisarlo. Aparece una pistola escuadra Smith & Wesson, “es letal”, puntualiza un policía, mientras otro de sus compañeros pide la presencia de una ambulancia para trasladar al pistolero al hospital.
“Me iban a dar $30 mil pesos…llegue en camión ayer”, va revelando José Alfonso Barojas Herrera, pausado, apenas audible y cuyo rostro reposa sobre un block. El rostro pálido deja en evidencia la gravedad de la herida que presentó.
“¡Abre los ojos hijo, no te duermas!, ya ahí viene la ambulancia”, le anuncian mientras lo cuestionan sobre la identidad de los dos prófugos de la justicia. Afirma que no los conoce. Las patrullas aumentan en número conforme avanzan las horas.
Familiares de los agraviados llegan hasta la casa rodeada de policías, piden que se les devuelva la yegua robada por el detenido. Revelan que solo era cuestión de tiempo para que las armas hablaran.
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